El pudor de las ninfómanas

29.8.06

La Educación Sentimental de alguno

Susana era un año mayor que él, estudiaba Psicología sin mucha vocación o denuedo en la misma universidad. Ese día sin pensarlo mucho y tomando valor de la parte de su mente que tiene que ver con el apareamiento y el instinto de supervivencia de la especie, él la invitó a un concierto de una banda local en un centro comercial al sur de la ciudad. A Susana, capitalina y niña bien, el grupo músical y el sitio del concierto le parecieron corrientes y casi maiceros; sin embargo, aceptó la invitación porque había algo que le interesaba en ese tipo algo grueso y de mirada elocuente que decía como con arrogancia que estaba ansioso por tener el título uiversitario en sus manos para guindarlo en el baño de visitas de su casa, además no había salido nunca con nadie de esa tal “ciudad blanca”. El no sabía muy bien cómo se suponía que debía comportarse en la primera salida con una mujer capitalina de colegio privado y acento guau.
Se encontró con Susana en el parqueo de la universidad, demoraron varios minutos - que a él se le hicieron eternos y le avergonzaron, un poco- en conseguir un taxi que los llevara al sitio del concierto. En el taxi, él percibió el olor del perfume de ella, lo encontró fuerte y anticuado, con una melosidad que su sentido del olfato desmedida y atragantante, como si se h hubiese tomado el de la madre o el de alguna tía abuela acatarrada y solterona. Durante el concierto ella se mostró muy participativa y tomó las decisiones de la noche de una manera suave que él agradecía en silencio, decisiones simples y normales como en qué sitio ubicarse, cuándo ir a tomar algo o dar una vuelta por los alrededores o retirarse del concierto, pero que, para él, tan alejado de su habitat natural, se le hacían difíciles de asumir con el mínimo de experticia que la situación demandaba. El, consideró el restaurante de una cadena de pizzerías que estaba cerca de la casa de Susana como el sitio ideal para conversar después del bullicio del concierto, a Susana, acostumbrada a salir con tipos mucho más mundanos y conocedores, le pareció el lugar infantil y sin gracia y más propio para un aburrido almuerzo dominical con la familia que para la primera salida con un tipo de la universidad.
El había quedado en la frontera afuera de la última revolución sexual, no de la revolución que pareció alterar el número de compañeros sexuales de las mujeres, sino de otra más reciente por entonces en el país que no tenía tanto que ver con la laxitud como con la hipocresía o recato que debían tener las mujeres para contar abiertamente y con prolijos detalles el número y la calidad de sus compañeros sexuales. Por eso cuando al calor de la conversación y del pichel de cerveza, -otra idea que él consideró oportuna y con visos de genialidad, no había de ésos, allá en la “ciudad blanca”- Susana empezó a hablar, con una naturalidad que para él estaba completamente fuera del alcance de sus capacidades de comprensión, sobre sus antiguos amantes, sobre sus experiencias con el sexo anal -horribles-, sobre otras actividades de decidido matiz hedonista que involucraban a más de dos personas -incluyéndola a ella- . En este punto, él, que por el asombro no había tenido tiempo de considerar las historias de Susana como una vedada invitación -cosa que no eran- , abrió los ojos exageradamente e intentó poner una cara como de sapiencia y entendimiento, como si fuera un renombrado experto en la materia, y hasta hizo un leve movimiento de la cabeza como asintiendo cuando Susana con marcada resignación proclamó su frigidez como incurable dado todos los esfuerzos realizados por sobreponerse a ella. El, procuró disimuladamente borrar la lista de posibles puntos de conversación que en la tarde había rotulado en la palma de su mano.

4 Comments:

Publicar un comentario

<< Home