Segunda Parte
Después,empezaron a compartir mucho tiempo juntos, en ocasiones veían hasta dos películas en el mismo día. Nunca tuvieron sexo. A pesar de los esfuerzos de él, -que le hacían llegar a extremos indignos, impíos y perdedores- ella se mantuvo firme en su posición de no acostarse con nadie. “No es que no me gustés, de hecho tengo los calzones tan mojados que me estorban y necesito cambiarlos, es sólo que en estos momentos no creo que sea conveniente que lo hagamos vos y yo, espero que me entendás, espero que valorés mi decisión”, decía ella siempre con tono de voz neutra pero decidida ante el cual él no sabía cómo reaccionar. Cuando coincidían con algunos de los hombres con los que Susana -según sus propias palabras y sus vívidas descripciones- se había acostado y con los que seguía manteniendo una grácil amistad, él no podía evitar sentir una sensación de minusvalía emocional, de desnudez penosa y de desespero. De repente estaban los dos frente a uno de estos hombres que saludaban a Susana con una amabilidad tan estudiada y abundante y lo saludaban a él con un decoro que creía lleno de burla infinita e invisible para el resto del universo. El no sabía muy bien los nombres de estos amigos de Susana pero los tenía muy presentes en su mente y los asociaba con los relatos que tan apaciblemente le contaba Susana. Así el tipo alto y rubio con el que ella en su presencia había charlado durante largo rato en la cafetería de la Universidad no tenía para él un nombre cristiano y definido, sino que era el tipo de la vez que la marihuana y la colchoneta en la parte de atrás de un pickup en el mirador por San Ramón de Tres Ríos, el tipo delgado, de apariencia lacónica y apuntillada que estudiaba Publicidad tenía el rostro de una ocasión: la vez después de un concierto en Los Yoses, y así le sucedía con otros hombres que él no conocía pero que se empeñaba en un ritual cargado de masoquismo en imaginarlos, en hacerse para sí mismo una descripción rigurosa con unos detalles muy claros. Ensayaba sus descripciones masculinas casi como las haría Antonio Gala con uno de sus personajes. Imaginaba sus caras, sus brazos siempre grandemente embrutecidos por algún gimnasio, la nuez del cuello moviéndose como un pasatiempo, su espalda, su cuerpo y sus elementos penetrando a esa mujer de facciones un poco duras que eran suavizadas por una expresión en su rostro que no daba muestras de avidez pero tampoco de avaricia, de cabello castaño largo hasta sus hombros.
Gracias a sus lecturas, él estaba convencido de la poca sofisticación que denotaba ser celoso en la sociedad actual.Tampoco quería parecerse a uno de esos extranjeros que ni siquiera se daban cuenta cuando su esposa rubia y posiblemente curiosa, coqueteaba abiertamente con los hombres locales en los bares de la costa de Guanacaste.
Cuando él -ya abierta y descaradamente celoso- le reclamaba a Susana por algún contacto que a sus ojos le parecía muy cercano, por una risa con exceso aparente de complicidad, por una mirada con la pupila demasiado extendida, ella con paciencia y mucha ternura y un afán como de madre protectora le agarraba el hombro lo abrazaba y le decía con una voz llena de tranquilidad como si estuviera arrullando amorosamente a un niño en la cuna, un quieto miserere, una “lullaby” que decía lentamente con su voz de locutora de comerciales de productos infantiles: “Tranquilo vos sos lo más importante para mí y lo mejor que le pudo suceder a mi vida”, y él, -sin repudiar el tono “telladesco” de esas palabras-, se enamoraba aún más de ella.
Siguieron viéndose con cada vez mayor frecuencia. Ella continuó negándose a acostarse con él, quien terminó aceptándolo con una pasividad que calificó para sí mismo como estúpida. Lo que más le gustaba a Susana era el papel, para ella desconocido hasta ahora, que la relación con él le obligaba a asumir. En ocasiones, él entraba en lo que él llamaba su “pozo personal” y lloraba como un niño con lágrimas muy saladas y calientes, ella acudía en su rescate y en su hombro el restregaba su cara mientras ella con palabras dulces asumía con placer el papel de la cuerda de rescate, de apoyo valedero, de escalera para un reducido cuerpo de bomberos emocionales, de madre tibia.
En la sala de la casa de ella, una mañana de miércoles le dio la noticia: la relación que ya tenía diez meses y que para Susana estaba mejor que nunca ,debía terminar. El olvidó decir las cosas que por convencionalismo es casi obligado decir, no le dijo que eso era lo mejor para los dos, no le dijo que ella se merecía alguien mejor que él, no le dijo lo buena, grande, extraordinaria, entrañable o adorable que era ella, no ensayó una excusa creativa como que la cercanía del Mundial de fútbol le obligaba a estar sin novia para poder observar tranquilamente los cincuenta y dos partidos, no le dijo nada de esos otros lugares comunes que son tan útiles como anestesia en momentos como esos, sólo le dijo que después de pensarlo mucho consideraba que era mejor que todo terminara y que a partir de ese momento no se verían más y que su decisión era absolutamente definitiva como una bula papal después de la Reforma. Susana no pudo decir nada, todo fue tan sorpresivo, no había ocurrido nada que la preparara para eso, ni un regaño, ni un disgusto, ni una pelea, nada, la noche anterior estuvieron juntos ahí mismo en esa misma sala donde ahora escuchaba eso, comiendo palomitas de maíz mientras ella terminaba una de sus tareas universitarias, lo había notaba un poco callado, un poco pensativo, pero en él eso era común, en ocasiones su mente se iba en divagaciones, cálculos o abstracciones desconocidas para el resto y quedaba sólo su cuerpo en el lugar como un cascarón vacío que aún lograba fingir que prestaba atención a lo que le rodeaba pero que en realidad estaba tan lejos como su mente divagadora lo hubiese llevado. La noche anterior después de una clandestina sesión de sexo no consumado, él se había marchado tranquilo para su casa con pelos del pubis de ella enredados en los dientes como si hubiera chupado un mango criollo. Luego sucedía esto, justo cuando había aprendido a apreciar la serenidad, el buen tino y el contacto permanente con la realidad de ese hombre que le había dado una seguridad extraña, que le hacía sentirse protegida sin pesadillas, sin malos sueños. Empezó a llorar con los ojos desmedidamente abiertos y sintió un impacto en la parte de atrás de la espalda que casi le hizo perder el contacto con la realidad. Nunca más volverían a hablar.
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Es el hermano menos díscolo de este Blog, es el "Dr. Jeckill", el "Ying", la "Rive droit", el "Batman" (pero sin mallas y con novia).... pasen adelante